A 100 años de la Revolución

Morelos: aquí ya sólo
se siembran casas

Ser dueño de tierra fértil no es suficiente para salir de la pobreza.
Al cumplirse 100 años del inicio de la Revolución, los suelos más
fecundos de Morelos, cuna del zapatismo, ya no producen alimentos.
Miles de hectáreas que hace 20 años reverdecían con caña de azúcar,
arroz, maíz y sorgo, hoy son territorio de inmobiliarias. La reforma al
artículo 27 constitucional, que desde 1991 permitió la venta de tierras
ejidales, quebró paulatinamente el amor por la agricultura. Hoy existen
municipios donde 80 por ciento del área cultivable no produce. “El
gobierno sólo nos mira de lejos”, dice un campesino de Tlaquiltenango.
“Ir a vender lo que sembraste es como ir a pedir limosna, mejor tiramos
la cosecha aquí mismo”, cuenta otro de Amacuzac. “El agua está tan
sucia que sólo nos queda vender o abandonar la tierra”, añade otro del
municipio Emiliano Zapata.

El Paraíso no fue concebido para
los campesinos. Al menos no el Paraíso Country Club, del
municipio Emiliano Zapata, en Morelos.
Esta zona residencial, localizada al sur de Cuernavaca,
donde un departamento de 180 metros cuadrados
puede ser adquirido con un enganche de 850 mil pesos y
mensualidades de 29 mil pesos, no fue concebido para
los anteriores dueños de esas tierras, herederos de los
zapatistas que a principios del siglo XX protagonizaron
la Revolución.
Seducidos por la tentación que a todos provoca el dinero
en efectivo, más de 300 campesinos de ese municipio
vendieron sus tierras a diferentes inmobiliarias en los
últimos 10 años, cobrando cheques de entre 600 mil y 6
millones y medio de pesos. Una tentación tan inquietante
como el fruto prohibido de la Biblia o, como decía el revolucionario
Álvaro Obregón, “nadie aguanta un cañonazo
de 50 mil pesos”.
Y esas tierras sí eran como el paraíso. En los años 70
y 80 los ejidos arroceros de Morelos llegaron a tener por
hectárea las mayores cosechas a nivel mundial. Mientras
en otras latitudes se levantaban entre seis y ocho toneladas
de arroz “súper extra” por cada 10 mil metros cuadrados,
en el estado de Emiliano Zapata se cosechaban hasta 10
toneladas por hectárea.
Expulsados del paraíso, los ex productores hoy deambulan
entre caminos sin banquetas, transitados por camiones
con material de construcción, con postes saturados
de publicidad de plástico que anuncian casas en
venta, de diferentes precios, para diferentes compradores,
casi todos provenientes del Distrito Federal.
Muchos vendieron a inmobiliarias como Casas
GEO, Vive ICA u Hogares Unión, otros remataron a pequeños constructores la propiedad que había estado en
sus familias gran parte del siglo XX.
Pero el ejemplo mayor fue la operación del club de golf,
que implicó a un centenar de productores.
“A los 100 ejidatarios que le vendieron sus terrenos al
campo de golf les pagaron entre 60 y 300 pesos por metro
cuadrado. Ya pasaron cinco años de eso y casi 80 de los
100 que vendieron ya no tienen ni casa ni dinero”, cuenta
con melancolía Rafael López Rodríguez, uno de los pocos
ex ejidatarios del municipio de Emiliano Zapata que se
negó a vender y que ha defendido sus cuatro hectáreas de
tierra vendiendo mojarras fritas, que cría en estanques
acuícolas.
La voz de López Rodríguez sintetiza la historia reciente
de ese municipio, donde su abuelo fue uno de los primeros
en introducir los procesos artesanales, con trabajo a
mano, para obtener altos rendimientos de arroz. Pero la
misma historia se repite en otros municipios arroceros
como Temixco, Jiutepec, Xochitepec, Puente de Ixtla y
Cuautla. Mientras en 1983 se sembraban 12 mil hectáreas
de arroz de la más alta calidad en Morelos, en 2010 apenas
fueron mil hectáreas.
Un paraíso perdido.

Nacimiento, esplendor, contracción y ocaso. Con esas
cuatro palabras describen los antropólogos y los arqueólogos
las etapas que cruzan todas las civilizaciones.
Pero las mismas cuatro palabras se usan en la astronomía
cuando se habla de la formación de las
galaxias y en la biología al describir las agrupaciones
de animales o vegetales. En el caso de la agricultura mexicana, se observa una etapa de contracción.
El drama de los sembradíos de casas en tierra fértil
no es la anécdota aislada de un solo municipio. La experiencia
de Morelos, que en su escudo oficial tiene el lema
zapatista de “Tierra y Libertad”, es un ejemplo de lo que
ocurre en todo México: la superficie de tierra fértil, donde
se siembran alimentos, se está contrayendo.
El caso de Morelos es ejemplar porque ahí se pueden
mirar todos los modelos de expulsión de campesinos:
desde aquel que se presenta en las tierras más pobres, que
sólo se riegan con lluvias; hasta las altamente fértiles,
que usan riego por inundación o bombeo, pero en las que
el producto se pudre en las parcelas porque el precio en el
mercado es demasiado bajo.
“Hay veces que sembrar una hectárea de sorgo me
cuesta siete u ocho mil pesos y al final sólo te pagan cuatro
mil 500 pesos por lo que se cosecha”, comenta Marcelino
Abúndez Ortega, productor del ejido de Huaxtla, enclavado
en el municipio de Tlaquiltenango. Si se mira el
mapa, está en el triángulo más al sur de Morelos, a punto
de cruzar la frontera con Guerrero.
Esa zona agreste, con cactáceas y terrenos en desnivel,
a la que se llega después de una hora y media de viaje
en camión desde Zacatepec, no es atractiva para los
constructores de casas, pero padece de otro drama
bíblico, el extravío de un pueblo por debilidades de
sus líderes.

“A nosotros el gobierno sólo nos mira de lejos. Ya está
muy corrompido el país. Si no les importa lo que vamos
a comer, entonces no les importa nada”, dice el hombre
de 63 años, padre de tres hijas, que cada año siembra tres
hectáreas de sorgo y una de maíz, “casi todo para autoconsumo”.
Sensación de abandono. Así se resumen casi todas las
expresiones campesinas hacia el gobierno. Y la sensación
tiene mucho fundamento. Desde 1984 la Secretaría de Agricultura
no ha sido encabezada por un ingeniero agrónomo.
El último secretario que tenía una formación especializada
en agricultura fue Horacio García Aguilar, quien fue cesado
por el entonces presidente Miguel de la Madrid tras
una confrontación entre aquél y el entonces secretario de
Programación y Presupuesto, Carlos Salinas de Gortari.
Desde entonces, la actual Sagarpa ha sido dirigida por
economistas, abogados, ingenieros civiles y hasta por un
profesor normalista –Carlos Hank González–.
Abandono en la asesoría técnica, porque hace casi 20
años se desapareció la Dirección General de Organización
de Productores de la Secretaría de Agricultura; abandono
en el crédito, porque la corrupción acabó con el Banco
Rural; abandono en subsidios, porque son pocos los apoyos
económicos para comprar semilla, fertilizante
o herramientas; abandono en la comercialización
porque aparentemente se dejó la economía agrícola
bajo el control del mercado, pero no existe la transparencia de información que es requisito para un
mercado libre.
La sensación de orfandad es compartida por la mayoría
de los campesinos entrevistados, como ocurre en otra zona
del estado, en el ejido de Cajones, municipio de Amacuzac,
que significa “lugar abundante en amates amarillos”.
Ahí labora la tierra Filadelfo Hernández Vara, hombre
de 63 años que había migrado a California, Estados
Unidos, pero que regresó a México para sacar adelante a
sus siete hijos. Días antes de que se cumplan 100 años del
inicio de la Revolución, tiene en su casa más de 75 cargas
de maíz que ha querido vender durante muchas semanas
y que nadie le compra, porque los proveedores del extranjero
o de Sinaloa dan mejores precios a los productores de
tortilla en Morelos.
“Y parece que cuando uno sale a vender su producto
les fuera a pedir limosna”, dice mientras se protege del sol
bajo un centenario y gigantesco árbol de Laurel de la India.
“No sirve de nada matarte trabajando como mula y lograr
levantar más grano en algún año si te vas a quedar con
todo el maíz porque nadie te lo va a comprar. El gobierno
ni pone buen precio ni controla a los que importan”.
Hernández Vara dice que en su ejido 30 por ciento de
los productores ya se ha ido. Casi todos migran a Estados
Unidos, pero también se van a otras ciudades o se dedican
a trabajar en otras cosas. Ahora lo que este campesino
busca es reunir a otros 10 o 15 productores y poner una
tortillería para aprovechar el maíz que nadie les compra.
Otro de sus vecinos, el secretario del comisariado
ejidal de Cajones, Julio Suárez Ortiz, dice que como el
gobierno no establece un precio de garantía justo, algunas
veces les conviene más no pagar cosecha ni flete. Sólo
tomar lo que necesitan para sus alimentos.
“A veces es mejor tumbar el grano antes de cosecharlo.
Ha sido muy difícil para nosotros vender porque, por
ejemplo, tú puedes saber que algunos están comprando la
tonelada de sorgo entre 2 mil 500 o 3 mil 200 pesos, pero vas
a la Unión de Ejidos para que te ayuden a vender y te dicen
que ellos te reciben el grano a mil 600 pesos la tonelada. No
sale ni para pagar el camión. Cuando eso se repite muchos
años, mejor ya no siembras”, indica Suárez Ortiz.
La misma contracción se observa en otros municipios
y en otros cultivos. En caña de azúcar, donde Morelos llegó
a producir más que la isla de Cuba, con cosechas anuales
de hasta 110 toneladas de caña por hectárea, también hay
abandono lento y constante.
En los años 80 operaban cuatro grandes ingenios que
producían azúcar y alcohol industrial: Zacatepec, Casasano,
Oacalco y Santa Inés, además de 14 trapiches
donde se fabricaba piloncillo. Hoy sólo operan los ingenios
de Zacatepec y Casasano, y los trapiches casi se han
extinguido.
Miguel de la Madrid cerró el ingenio de Santa Inés y
Carlos Salinas de Gortari el de Oacalco. Como consecuencia,
la superficie cañera en municipios como Cuautla, Jojutla,
Zacatepec y Yautepec se ha reducido y la actividad
económica en torno a estas actividades también.
“Para mí, el descontrol y la crisis más dura fue cuando
Salinas de Gortari le hizo el fraude a la nación. Ahí
fue cuando nos fuimos hasta abajo con la economía.
Una crisis económica tremenda. Con los otros
nos movíamos como una balanza, a veces pa´bajo, a
veces pa´rriba. Pero ese fue el que nos chingó. Hay que hablar con la verdad”, acusa directamente Filadelfo
Hernández Vara.
Si un especialista en economía respondiera a este campesino
le describiría cómo el abandono al campo comienza
con el ingreso de México al GATT, en 1986, cuando el país
se comprometió a eliminar cuotas de importación. Posteriormente,
el fenómeno se agudizó con la firma del Tratado
de Libre Comercio, que entró en vigor en 1994, y con una
serie de condiciones desventajosas que a México le impiden
canalizar muchos apoyos económicos al campo, mientras
que sus socios comerciales –Estados Unidos y Canadá– sí
lo hacen.
El impacto de competir directamente contra grandes
productores y sin subsidios afecta a todos los sectores
de la agricultura y la ganadería. Si se levanta la mirada,
brevemente, a lo que ocurre con la producción de pollo y
huevo, se observará que en éste la producción en Morelos
es prácticamente de cero y en pollo casi desaparecen las
granjas por la importación masiva de piernas, muslos y
pechugas de esa ave.
Uno de los productores, que pide no citarlo, afirma que
el ex gobernador Jorge Carrillo Olea fue directamente a su
ejido para decirles que la agricultura no tenía futuro en Morelos
y que mejor pensaran en el desarrollo inmobiliario…
en la tierra donde nació el líder de la revolución agraria.
“El gobierno ni nos mira ni nos entiende, y éstos que
están ahora… peor”, dice este productor de maíz. Hoy Morelos ocupa el primer lugar nacional en producción
de plantas de ornato y en producción de peces de ornato
criados con acuacultura. Es uno de los principales productores
de caña de azúcar, crecen los invernaderos para
producción de jitomate y hortalizas, y la acuacultura para
alimento también ha crecido.
La zona norte de Morelos es la segunda productora nacional
de aguacate y una importante productora de durazno
y otros frutales, que han empezado a exportar. Sin embargo,
estas áreas de crecimiento requieren, en todos los casos,
inversiones fuertes, superiores a 30 mil pesos por hectárea
para empezar a trabajar.
En contraste con los brazos fuertes de la agricultura en
tierras zapatistas, hay zonas muy pobres con siembra de
temporal, tierras altas o de pobres nutrimentos. La mayoría
de estas personas siembra maíz para el autoconsumo y
tiene una que otra cabeza de ganado. Ellos no recuerdan
ninguna buena época después de la Revolución.
“Yo nací en 1947 y me acuerdo de las cosas desde 1955
o 1958 y yo veía que en ese tiempo mi papá y mi abuelo no
recibían nada de apoyo de los impuestos ni de nada. Fue
en los años 70 cuando aquí en el ejido empezamos a ver
que podíamos ir a pedir apoyo del Banco Rural, pero ahí
empezó también mucha corrupción”, cuenta Marcelino
Abúndez, de Huaxtla.
“Los que se hicieron muy ricos con la corrupción fueron
los inspectores, que eran los que te decían ‘dí que vas a
sembrar cinco hectáreas aunque nada más siembres dos o
tres y te consigo el dinero del banco y me das 20 pesos por
hectárea. Veinte pesos de aquel tiempo, pero eran
inspectores de miles de hectáreas. Luego, cuando
había que pagar al banco, el inspector le decía a la aseguradora
(Anagsa) que la cosecha se había perdido y la aseguradora le pagaba al banco y el campesino se quedaba
con el dinero del banco y con su cosecha”, añade.
Este sistema ayudaba a que los campesinos tuvieran,
por temporadas, dinero disponible. Sin embargo, prácticamente
ninguno de ellos tuvo planes para invertir ese dinero.
En lugar de ponerlo a trabajar, lo gastaban en consumo de
corto plazo.
“Es que el campesino siempre vive entre el apuro de
pagar deudas y el sentimiento natural de que cuando tiene
algo de dinero líquido quiere comprar cosas que nunca ha
tenido o de las que ha tenido mucha necesidad”, comenta
nuevamente, en el municipio de Emiliano Zapata, Rafael
López Rodríguez.
El ex arrocero y actual productor de mojarras cuenta el
caso de uno de los ejidatarios del municipio que recibió 6
millones y medio de pesos por la venta de todas sus tierras
y gastó absolutamente todo el dinero en cuatro años.
“Eso es lo que más se repite. Yo fui de los pocos que
decidió no vender e incluso les dije a los que me decían que
les vendería mis terrenos si pagaban 500 pesos el metro
cuadrado, cuando las constructoras estaban pagando
300 pesos. El problema es que un campesino solo no
puede.
“Yo empecé a criar mojarras con los estanques,
aprovechando que en los terrenos arroceros hay mucha
agua. Pusimos un restaurante con estanques en 1.3
hectáreas y llegamos a producir hasta seis toneladas de
mojarra al año por hectárea. Pero ahora, ya no se puede
producir por la cantidad tan grande de construcciones; el
agua está sucia y la cantidad de basura que tiran me va a
obligar a dejar de producir. Ya estoy haciendo un escrito
para informarle a la Sagarpa que el año que entra pararé la
producción”, cuenta López Rodríguez.
Si hace cinco años el restaurante de mojarras fritas de
don Rafael estaba enmarcado en un horizonte verde de
cañas y arroz, hoy está rodeado de muros que fijan las colindancias
con desarrollos inmobiliarios. Adentro, casas
minúsculas, pegadas unas a otras, se ven menos atractivas
que las que aparecen en las fotografías desplegadas en la
publicidad desde que los viajeros salen de la Ciudad de
México rumbo a Acapulco. Desde la autopista se observan
impresionantes congregaciones de casas, como cajas de
medicamentos, y cada año hay más.
Esa es la imagen de la tierra por la que se luchaba en el
Plan de Ayala. La repartición de un paraíso de tierra fértil
que cautivó a Hernán Cortés y que sigue cautivando a
miles que desean habitar esos terrenos junto a una alberca,
sin imaginar el despojo que ocurrió años antes
de que ellos se hicieran de esa casa o departamento,
que muy posiblemente es su primer hogar propio.

http://www.m-x.com.mx/xml/pdf/241/22.pdf

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